terça-feira, 23 de setembro de 2014

ESTÓRIAS COM IMAGEM,

#moonnorwegian wood, haruki murakami.Tokio Blues, Haruki Murakami.

QUEM TERÁ DITO"UM LIVRO É UM ESPELHO DE QUEM LÊ ESSE MESMO LIVRO"?


excerto breve da obra(em espanhol)

1
Yo entonces tenía treinta y siete años y me encontraba a
bordo de un Boeing 747. El gigantesco avión había iniciado
el descenso atravesando unos espesos nubarrones y ahora se
disponía a aterrizar en el aeropuerto de Hamburgo. La fría
lluvia de noviembre teñía la tierra de gris y hacía que los
mecánicos cubiertos con recios impermeables, las bande-
ras
que se erguían sobre los bajos edificios del aeropuerto,
las vallas que anunciaban los BMW, todo, se asemejara al
fondo de una melancólica pintura de la escuela flamenca.
«¡Vaya! ¡Otra vez en Alemania!», pensé.
Tras completarse el aterrizaje, se apagaron las señales de
«Prohibido fumar» y por los altavoces del techo empezó a
sonar una música ambiental. Era una interpretación ramplo-
na de
Norwegian Wood
de los Beatles. La melodía me conmo-
vió, como siempre. No. En realidad, me turbó; me produjo
una emoción mucho más violenta que de costumbre.
Para que no me estallara la cabeza, me encorvé, me cu-
brí la cara con las manos y permanecí inmóvil. Al poco se
acercó a mí una azafata alemana y me preguntó si me en-
contraba mal. Le respondí que no, que se trataba de un li-
gero mareo.
–¿Seguro que está usted bien?
–Sí, gracias –dije.
La azafata me sonrió y se fue. La música cambió a una
melodía de Billy Joel. Alcé la cabeza, contemplé las nubes
oscuras que cubrían el Mar del Norte, pensé en la infinidad


de cosas que había perdido en el curso de mi vida. Pensé
en el tiempo perdido, en las personas que habían muerto, en
las que me habían abandonado, en los sentimientos que ja-
más volverían.
Seguí pensando en aquel prado hasta que el avión se de-
tuvo y los pasajeros se desabrocharon los cinturones y em-
pezaron a sacar sus bolsas y chaquetas de los portaequi-
pajes. Olí la hierba, sentí el viento en la piel, oí el canto de
los pájaros. Corría el otoño de 1969, y yo estaba a punto
de cumplir veinte años.
Volvió a acercarse la misma azafata de antes, que se sen-
tó a mi lado y me preguntó si me encontraba mejor.
–Estoy bien, gracias. De pronto me he sentido triste. Es
sólo eso –dije, y sonreí.
–También a mí me sucede a veces. Le comprendo muy
bien –contestó ella. Irguió la cabeza, se levantó del asiento
y me regaló una sonrisa resplandeciente–. Le deseo un buen
viaje.
Auf Wiedersehen!

Auf Wiedersehen!
–repetí.
Incluso ahora, dieciocho años después, recuerdo aquel
prado en sus pequeños detalles. Recuerdo el verde profun-
do y brillante de las laderas de la montaña, donde una lluvia
fina y pertinaz barría el polvo acumulado durante el verano.
Recuerdo las espigas de
susuki
* balanceándose al compás del
viento de octubre, las nubes largas y estrechas coronando las
cimas azules, como congeladas, de las montañas. El cielo es-
taba tan alto que si alguien lo miraba fijamente le dolían los
ojos. El viento que silbaba en aquel prado agitaba suavemen-
te sus ca
bellos, atravesaba el bosque.

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