sexta-feira, 26 de dezembro de 2014

Confesiones de una máscara. Yukio Mishima
Traducción de Rumi Sato y Carlos Rubio
Alianza (Madrid, 2010)
Narrada en primera persona las Confesiones de una máscarade Mishima presenta la obra más autobiográfica del autor nipón. En los estudios sobre la autobiografía, hoy, no se le da importancia al hecho de que vengan garantizadas por la aparente objetividad-verosimilitud que profiere el nombre propio. Desde los estudios de Genette sobre Proust, se afirma que todo texto es autobiográfico.
De este modo para algunos teóricos no hay discusión o distinción entre autoficción y autobiografía. Para éstos toda ficción es en cierto modo autobiográfica, ya que el autor no genera las metáforas, metonimias, tropos, de la nada, sino que se basan en su propia experiencia. Por eso es del todo indiferente, bajo estas premisas, que el narrador de las confesiones de la obra que nos convoca sea uno diferente a Mishima.
En el caso de Confesiones de una máscara asistimos a la construcción de un sujeto que desde de un principio vive su vida como una impostura:
En esta casa se me exigía comportarme como un chico. Así fue como, contra mi voluntad, empecé a hacer teatro. Fue a partir de entonces cuando empecé a comprender vagamente el mecanismo de este hecho: lo que los demás consideraban una pose por mi parte era en realidad la expresión de mi ansia de volver a mi naturaleza y a la inversa: lo que la gente consideraba mi naturaleza era una actuación por mi parte.
Los problemas de mantener una determinada identidad sexual contraria a la heterosexual en el Japón de los años 30-40 son los que mantienen la tensión de la obra y que confieren el carácter de impostura, melancolía y de destino trágico que acompañaran a la figura del escritor japonés.
Uno de los puntos interesantes de las confesiones es asistir a la construcción de una sujeto cuyo autor es su propio tema de investigación y construcción. De tal manera que en el narrarse va construyendo las máscaras que le han de dar nombre. Es precisamente en ese enmascarar, al contrario del desvelar, que se consigue dar forma a lo que en un principio carecía de ella.

Yukio Mishima en 1956 (Foto: Shirou Aoyama, de dominio público)
Este tipo de interpretación esté relacionada con una determinada manera de entender la crítica literaria y el acceso a algo así como la verdad. Para los críticos clásicos la literatura se diferencia de la teoría literaria en que la primera es una acto creativo y la segunda un conjunto de saberes sobre el quehacer artístico. De tal modo que el crítico se sitúa en una posición de arrogar luz sobre el sentido de la obra. En esta línea se sitúan autores como Steiner que restituyen al lector el placer de la lectura.
Por otro lado, tenemos una posición más incomoda, contraria a la crítica clásica o tradicional que pretende desentrañar el significado de los textos literarios a partir de los principios de la lingüística y la semiótica.
Si aceptamos que el significado de palabras o proposiciones no se caracteriza por ser “fijo” sino ambiguo. El significado, lo que una palabra, pasaje o texto dicen no puede ser desentrañado a la luz de una lectura científica, es porque las palabras, los textos dicen más de una cosa y en ocasiones cosas diferentes Paul De Man sostiene este tipo de interpretación contraria a la crítica clásica. Más que de un desvelamiento del significado del texto se trata de un velamiento del mismo, ya que es en ese velar lo indefinido que se consigue dar una forma.
Encontramos similitudes en algunas posiciones de Rorty que mantiene que “la verdad no está ahí fuera”, sino que la verdad se construye. Esta postura, que podría ser tachada de relativista por aquellos que sostienen que es posible una lectura científica del mundo y, por ende, de la literatura, se basa en la premisa que no existe algo así como una verdad tautológica en lo que se refiere al conocimiento del mundo. En este sentido, me vuelvo a remitir otra vez por su claridad a una cita de Sebald que menciona James Wood en Los mecanismos de la ficción:
Si tenemos un mundo en el cual las normas están claras, y en el que se sabe cuándo empieza la transgresión, creo que es legítimo, dentro de ese contexto, ser un narrador que sabe cuáles son las normas y quién sabe las respuestas a determinadas preguntas. Pero creo que esas certezas nos han sido arrebatadas a lo largo del curso de la historia, y que debemos reconocer nuestra sensación de ignorancia e insuficiencia en estos temas, y por tanto, intentar escribir de acuerdo con ello.
El texto de Mishima es muy interesante en este preciso sentido, porque consigue trasmitir a través de la narración en primera persona de un personaje homosexual en el Japón de los años 30-40 la caída de las certezas arrebatadas a lo largo de la historia y la insuficiencia del personaje por encontrar su lugar en el mundo.

quinta-feira, 25 de dezembro de 2014

Alejandra Pizarnik. Argentina.


Exilio (Alejandra PizarniK)

A Raúl Gustavo Aguirre

Esta manía de saberme ángel,
sin edad,
sin muerte en qué vivirme,
sin piedad por mi nombre
ni por mis huesos que lloran vagando.

¿Y quién no tiene un amor?
¿Y quién no goza entre amapolas?
¿Y quién no posee un fuego, una muerte,
un miedo, algo horrible,
aunque fuere con plumas,
aunque fuere con sonrisas?

Siniestro delirio amar a una sombra.
La sombra no muere.
Y mi amor
sólo abraza a lo que fluye
como lava del infierno:
una logia callada,
fantasmas en dulce erección,
sacerdotes de espuma,
y sobre todo ángeles,
ángeles bellos como cuchillos
que se elevan en la noche
y devastan la esperanza.

domingo, 21 de dezembro de 2014

L'HISTOIRE

Rosemary et son mari emménagent dans un appartement de Manhattan. Tout va pour le mieux dans le meilleur des mondes. Jusqu’à ce que Rosemary tombe enceinte...

ANALYSE ET CRITIQUE

Après l’échec de Cul-de-sac et du Bal des vampires, Bob Evans, alors vice-président de la Paramount, appelle Roman Polanski et, sachant qu’il aime le ski, lui propose un film sur le sujet, Downhill Racers. Arrivé à Hollywood, le jeune réalisateur polonais rencontre Bob Evans qui lui confie le script. Ce dernier en profite aussi pour lui glisser les épreuves d’un livre d’Ira Levin intitulé Rosemary’s Baby. Bob conseille à Roman de commencer par le second... Epuisé par son voyage et le décalage horaire, Polanski se dit qu’il remettra cette lecture au lendemain. Il feuillette le bouquin et, happé par cette étrange histoire, le dévore d’une traite. «J’avais les yeux qui me sortaient de la tête » dira t-il plus tard. Downhill Racers est donc définitivement enterré, et c’est le bébé le plus célèbre de l’Histoire du cinéma qui entre en gestation...
 
Porté par une campagne publicitaire intrigante (l’affiche et son célèbre "Pray for Rosemary’s Baby"), le film est un succès retentissant, et à l’instar de Psychose ou de L’Exorciste traumatise toute une génération de spectateurs. Pourtant, Roman Polanski aborde l’épouvante comme jamais personne auparavant : en ayant l'air de rien. Même Jacques Tourneur, qui jusqu'alors était le cinéaste référence en matière de fantastique suggéré, n'avait atteint un tel degré d'épure. Polanski, non content de ne rien montrer, se permet aussi d'abandonner totalement l'imagerie gothique inhérente au film d'épouvante : point de clairs-obscurs ici, ni de zones d'ombres, encore moins de demeures hantées inquiétantes. Rythmée par la "gentille" berceuse deKrzysztof Komeda, l'intrigue se déroule au sein d'un immeuble cossu de New York, baigné dans une lumière apaisante. Résultat : la peur et le malaise s'en voient décuplés ! Et les spectateurs persuadés d’avoir vu le satanique bébé durant la projection furent à l’époque nombreux. Evidemment, il n’en est rien...
  
En effet, et même s’il trouvait le livre d’Ira Levin parfaitement mené, Polanski s’est vite trouvé face à un problème : agnostique, le cinéaste ne pouvait traiter cette histoire de diablerie au premier degré, à moins de trahir sa vision plutôt rationnelle du monde. Pour la crédibilité, il adopte donc la solution suivante : le doute. Rosemary est-elle victime d’un complot satanique ? Ou victime d’hallucinations liées à sa douloureuse grossesse ? Ce trouble basé sur une vision subjective et l’adoption d’un point de vue unique deviendront la marque de fabrique des plus grands films de Roman Polanski. Et fera de lui LE cinéaste de la paranoïa.

Polanski a compris une chose : la peur est un murmure. Il construit son récit par petites touches insidieuses et apparemment quotidiennes jusqu'à atteindre un sentiment de terreur paroxystique rarement égalé. La confrontation finale reste et restera un must : Mia Farrow, "mère courage" en proie aux forces du mal, y est bouleversante. Ne serait-ce que d'en parler, la scène provoque encore le frissoon...
 
Qu'on se le dise : Rosemary's baby est devenu, après plus de trente ans, le chef-d'œuvre absolu de l'horreur suggestive.

LE FILM

ROSEMARY'S BABY

(ROSEMARY'S BABY)


TECHNIQUE

Durée : 136 min
Format d'image : 1.85:1
Couleur : Couleur





Le Notti bianche 1957*Eng.Sub-Part 1 "White Nights"

L'HISTOIRE

Mario (Marcello Mastroianni), un jeune employé, vient d’être muté à Livourne, petite ville italienne traversée de canaux ; il ne connaît encore personne. En rentrant d’un week-end passé avec la famille de son nouveau patron, il erre dans les rues nocturnes et aborde sur un pont une jeune fille, Natalia (Maria Schell), qu’il prend pour une prostituée. Il se rend vite compte de son erreur. Tour à tour exaltée ou déprimée, son comportement étrange le fascine et l’attire irrésistiblement ; il décide de la retrouver au même endroit le lendemain soir. Natalia lui raconte alors son histoire. Elle était tombée amoureuse d’un des locataires de son immeuble (Jean Marais) qui avait du ensuite quitter la ville durant une année en lui promettant de la retrouver sur le pont dès son retour. Un an s’étant écoulé, sachant son beau ténébreux de retour en ville, elle passe désormais des nuits blanches tous les soirs à l’attendre au bord du canal. Ne comprenant pas pourquoi il ne se présente pas à elle et de peur d’être humiliée en allant le trouver, elle demande à Mario de lui apporter une lettre. « Il ne faut jamais faire confiance à personne et surtout pas à un homme amoureux » ; il ne s’acquittera donc pas de sa mission préférant essayer de se faire aimer de Natalia à son tour…

ANALYSE ET CRITIQUE


 
"Il faut que tout soit comme si c’était artificiel, faux. Mais quand on a l’impression que c’est faux, ça doit devenir comme si c’était vrai" ; tel était le conseil donné par Visconti à son chef-opérateur Giuseppe Rotunno.
Un homme fou amoureux d’une jeune femme elle-même éprise d’un autre qui semble l’avoir abandonné. Le premier réussira-t-il à faire oublier à la femme son grand amour afin de se faire aimer à son tour ? Telle est l’intrigue très sobre et très simple de cet opus de Visconti assez unique au sein de sa riche filmographie. Après l’admirable fresque romantico-historique en couleur qu’était Senso, le contraste est assez radical ; Visconti tourne Nuits Blanches en noir et blanc et ne fait se mouvoir, au milieu de décors entièrement reconstitués en studio, que pour ainsi dire deux personnages. Mais contrairement à ce qu’on aurait pu penser au vu du splendide résultat plastique, tout cela n’était pas une volonté première du cinéaste qui avait souhaité filmer cette histoire en décors naturels. Il s’est accommodé des décors en studio et du noir et blanc pour de simples raisons économiques, les moyens alloués à Nuits Blanches ayant été expressément très restreints, également dans le but de prouver que le cinéaste pouvait s’en contenter après le dispendieuxSenso dont l’échec au box-office fit couler la prestigieuse compagnie Lux. Mais aujourd’hui encore, on peut émettre un léger doute quant au coût dérisoire du film au vu de l’immense et fabuleux décor justement. En tout cas, on ne regrette pas que Visconti ait du se ‘contenter’ de tourner son film à Cinecitta tellement le rendu final est remarquable ; et c’est d’ailleurs lui qui fait que Nuits Blanches demeure une œuvre aussi singulière.
 
S’il s’avère bien différent de Senso, il possède néanmoins deux points communs essentiels avec son prédécesseur : bien évidemment la perfection plastique par la minutie chaque détail et la beauté des éclairages mais aussi un fort romantisme. Dans Nuits Blanches, c’est Natalia qui en est la source, la poésie, l’irréalité et l’onirisme des décors pouvant bien être une représentation mentale de son monde intérieur à la fois naïf et fantasmé. "Je ne pensais pas qu’il existait encore des filles comme vous" lui avouera Mario ; Natalia est effectivement un personnage en marge du temps, un personnage de roman de gare tellement éloigné des réalités du monde qui l’entoure qu’elle pourra parfois passer pour folle aux yeux de Mario et de nous, spectateurs, qui éprouvons à son égard de temps à autre le même agacement. En effet, Maria Schell, la Gervaise de René Clément et la future héroïne rendue aveugle dans La Colline des Potences de Delmer Daves surjoue expressément ; ses pleurs et ses rires semblent souvent exagérés, mais c’est aussi justement ce qui nous la rend ensuite touchante, après que ces sentiments exacerbés se sont calmés ; car en d’autres occasion, elle peut être d’un naturel confondant et nous nous mettons, à l’instar de Mario, à la trouver craquante. Nous nous trouvons donc constamment dans le même état d’esprit que le personnage interprété à la perfection par Marcello Mastroianni, tour à tour irrité et charmé par cette innocente croyant dur comme fer au grand amour, ne comprenant pas que son amant magnifique ait pu l’abandonner "alors qu’elle ne lui a jamais été infidèle durant sa longue absence, pas même en pensée".
Mario, par contraste, est un jeune homme très terre à terre ("Votre histoire est tellement éloigné de ma façon d'être et de vivre") qui apprendra au contact de Natalia la magie du rêve et le bonheur d’un instant ; c’est lors de la séquence finale où il découvre ce que peut avoir de beau ‘le romantisme’, où il arrive à comprendre l’idéalisme et les sentiments paroxystiques de Natalia, que l’acteur sera paradoxalement le moins crédible, ses larmes semblant être bien trop factices. C’est le seul moment au cours duquel le grand acteur italien nous semble à côté de la plaque ; tout le reste du temps, il s’avère remarquable et notamment lors de la longue scène du bal au cours de laquelle il se met à danser d’une manière tout à fait jouissive. Quant à Jean Marais qui semble avoir beaucoup été critiqué, il est pourtant parfait dans son rôle. Censé représenter l’homme fantasmé aux yeux de Natalia, le locataire (dont on ne sait ni le nom, ni le métier, ni la raison mystérieuse pour laquelle il a été obligé de partir) ressemble plus à une sorte de fantôme qu’à un être de chair et de sang ; on se demande même à plusieurs reprises, tout comme Mario, si ce n’en est pas un ou alors une pure invention de l’esprit échauffé et vagabond de Natalia. Alors que Maria Schell a tendance à cabotiner quand Marcello Mastroianni mise sur le naturel, Jean Marais semble passer au milieu de l’histoire sans un froncement de sourcil, quasi sans un sourire. Son ‘under-playing’ contraste avec le jeu des deux autres mais c’est également son personnage qui veut ça ; il acquiert ainsi une certaine aura, celle imaginée par Natalia, celle de l’homme idéal renforcé par le fait que l’acteur soit d’une beauté irréelle et par son statut de star à l’époque. Il ne pouvait donc rien faire de mieux que ce qu’il a accompli ici ; son mystère demeure intact et il représente à merveille au final le triomphe du rêve et de l’imaginaire sur la réalité.
 
Malgré son casting international attrayant, Nuits Blanches fut malheureusement un douloureux échec aussi bien public que critique. Si les premiers ont du être décontenancés par l’austérité et le ton nouveau du film, les seconds n’ont pas pardonné au cinéaste sa ‘traîtrise’ vis-à-vis du néoréalisme dont il fut l’un des premiers représentants, pour plonger dans une sorte de réalisme poétique qui n’avait pas la cote à l’époque ; ce type de cinéma esthétisant et théâtral était regardé avec un certain mépris. Alors c’est vrai que Nuits Blanches est parfois guindé, voire même maniéré à certains moments, qu’il ne fait certes pas partie des œuvres majeures du cinéaste, mais il y a tellement de belles choses à en retenir qu’au final il ne méritait pas ce mépris et ces reproches, au point qu’en France nous ayons du attendre les années 90 pour découvrir le film en version originale. Après le bide de Senso et ses dommages collatéraux, Visconti et sa scénariste Suso Cecchi D’Amico voulaient une intrigue simple et aisée à filmer. Ils se rabattirent alors sur la nouvelle homonyme de Dostoïevski dont d’autres cinéastes très différents se serviront à nouveau plus tard, que ce soit Robert Bresson, Sanjay Leela Bhansali ou James Gray pour son attachant Two Lovers.
A priori assez fidèle à l’écrivain russe, le film est découpé en trois parties nocturnes d’inégales longueurs (la rencontre, l’histoire de Natalia et l’épilogue), ponctuées de deux pauses correspondant aux réveils matinaux de Mario dans sa pension de famille. Ces deux moments assez courts cassent un peu l’unité de ton mais permettent en même de temps de respirer, de s’évader un peu de cet univers malgré tout un peu claustrophobique. On y croise la tenancière de la pension, personnage pittoresque de la mégère au grand cœur, n’arrêtant pas de crier sur ses employés et pensionnaires tout en prenant bien soin d’eux. Ces scènes avec Mastroianni amènent une rupture de ton en même temps qu’un bol d’air frais et d’humour non négligeable et même assez bienvenus.
 
Une intrigue parallèle vient également court-circuiter le duo d’amour entre Mario et Natalia, celle qui met en scène la prostituée interprétée par Clara Calamai, l’actrice qui était l’héroïne de Ossessione, le premier long métrage de Viscont, le cinéaste ayant d’ailleurs voulu à l’occasion redonner vie à la Giovanna de ce dernier :"Quinze ans se sont passés, les choses ont mal tourné, après des années de prison, elle est retournée chez elle, elle est devenue prostituée." Cet épisode représente une sorte de variation inversée de l’intrigue principale à commencer par le postulat improbable de départ : alors que d’un côté c’est paradoxalement le jeune homme prosaïque qui tombe amoureux fou de la fille innocente au point d’être jaloux des autres hommes qui la frôlent (voir la séquence de la danse), c’est la prostituée qui désire ardemment un homme rencontré dans la rue. Avant la conclusion, on aurait pu penser qu’elle cherchait à l’aguicher pour conclure une passe mais il n’en est rien. Deux séquences mettant en avant les deux ‘couples’ vont, vers le final, se suivre et en sorte se répéter. Mario est éconduit par Natalia alors qu’au cours d’un slow (filmé avec une forte sensualité) il a tenté de l’embrasser. Bouleversée, Natalia sort en courant de la salle de bal et s’enfuit à travers les rues (magnifique utilisation des sources de lumière) alors que Mario la traite de folle et regrette d’avoir écouté ses sornettes mielleuses durant ces quelques heures. Par esprit de vengeance et désillusionné, il accepte enfin de suivre la prostituée qui l’emmène sous un pont afin de lui faire l’amour ; mais Mario se défile au dernier moment. A son tour, tout aussi en colère et frustrée d’avoir été repoussée, c’est la prostituée qui convoque des passants, leur faisant croire que Mario vient d’abuser d’elle et qu’il mérite une leçon. Alors que Natalia a fini sa course effrénée en s’évanouissant, Mario finit tabassé. Au bout de ces épreuves, ils vont néanmoins se retrouver alors que la neige commence miraculeusement à tomber pour faire terminer le film dans une sorte d’émerveillement régénérateur. Un final miraculeux pour les uns mais très amer pour les autres dans un des plus beaux décors hivernaux vus au cinéma. On se souviendra longtemps des deux tourtereaux se lançant des boules de neige à l’aurore alors que la ville est encore endormie ainsi que de la dernière apparition d’un Jean Marais charismatique comme jamais !
Des défauts certains (séquences trop étirées, maniérisme de certaines autres, jeu parfois outré qui empêche la totale empathie envers les personnages…) mais des éclairages somptueux de Giuseppe Rottuno avec ses jeux savants sur les ombres et lumières, l’extrême élégance d’une mise en scène aux fourmillantes idées (à ce propos, voir comment sont amenés les différents flash-back), l’inoubliable prestation d’un tout jeune Mastroianni beau comme un dieu et des décors inoubliables font de cette œuvre qui ne peut certes pas rivaliser avec les plus grands films de Visconti un film entêtant à l’image des trois thèmes écrits pour l’occasion par un Nino Rota en grande forme. Un conte de fée doux-amer et intemporel qui mérite qu’on s’y arrête d’autant que Carlotta nous a mitonné un superbe écrin pour le film !

LE FILM

NUITS BLANCHES

(LE NOTTI BIANCHE)

TECHNIQUE

Durée : 97 min
Format d'image : 1.66:1
Couleur : Noir et blanc