El exquisito legado fotográfico de Lewis Carroll
- Autor: pijamasurf
- Publicación: 31/03/2011 3:42 pm
Lewis Carroll, autor de “Alicia en el
país de las Maravillas”, además de un genial escritor y filósofo, dedicó
parte de su vida creativa a la fotografía y generó un fascinante
archivo de sublimes imágenes.
Charles Lutwidge
Dodgson, mejor conocido como “Lewis Carroll” no se limitó a ser un
maverick de la lógica fantástica (dilucidando la rama filosófica del
pensamiento racional a través de una proyección narrativa exquisitamente
fantástica) sino que también incursionó en el mundo de la fotografía.
La obra fotográfica de Carroll se ha mantenido bastante al margen de la
cultura pop, no obstante que en algún punto llego a acumular un archivo
de 3,000 fotografías, del cual aún se conserva una tercera parte (el
resto sucumbió a manos de la entropía) y que es considerado uno de los
fotógrafos más destacados de la época Victoriana.
Con Carroll a cargo del
obturador, podemos pasear por un mundo fantástico que utiliza a las
niñas como el catalizador a esa otra realidad donde el sueño emerge de
si mismo, como un irreal fractal, para convertirse en algo más nítido
que los que la propia realidad nos convida, es decir, a través e sus
fotografías, al igual que de sus cuentos, queda en evidencia la
ambigüedad de lo que consideramos como “real” y se nos sugiere una
naturaleza de oníricas posibilidades en la composición original de
nuestro universo.
Fue en 1856 cuando
descubrió la fotografía, que entonces se perfilaba como el nuevo gran
arte, y su amor por esta técnica se consumaría gracias a la influencia
de uno de los pioneros de esta disciplina artística, su amigo Oscar
Gustav Rejlander. Ya en 1880, tras 24 años de prolífico trabajo con los
el arte de la luz capturada en haluros de plata y cristales, Carroll
decidió, abruptamente, abandonar la fotografía.
Además de la sensual
ternura que manifiestan las niñas captadas por Carroll con su cámara, el
escritor y filósofo inglés también gustaba de retratar otros elementos,
curiosamente varios de ellos con una sólida identidad arquetípica, como
muñecas, árboles, esqueletos, y perros. Su obsesión por retratar niñas
pequeñas, y en especial por fotografiar a Alexandra Kitchin, a quien
retrató en más de cincuenta ocasiones, le valió el rumor de que tenía
ciertas tendencias pedófilas. Sin embargo, y a diferencia del también
genial inglés, David Hamilton, quien acostumbraba fotografiar desnudas a
las niñas de la alta sociedad campirana de aquellos tiempos, en
realidad Carroll pocas veces cruzó la frontera de la desnudez y en los
pocos casos en que lo hizo al parecer regresó las imágenes a la familia
de las niñas.
Pero más allá de los
lúcidos silogismos que su mente construía, y de su virtuosismo literario
que queda en irrefutable evidencia con obras como Alice in Wonderland (1865) y Through the Looking glass
(1872), al parecer la fotografía jugaba un papel bastante especial en
la necesidad expresiva de Carroll, funcionando como una especie de
jardín secreto que se “extrovierte” a través de un catártico ritual:
proyectar al exterior la encarnación gráfica de tus sentimientos…
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